Sobre una ladera más baja, en las faldas montañosas que siglos atrás ofrecieron oro y plata a las capitales europeas y americanas, se encuentra El Triunfo, un pequeño poblado ubicado a 56 kilómetros al sur de La Paz y 158 kilómetros al norte de Cabo San Lucas. . Sobrevive con gran dignidad ese destino fatal que enfrentan todos los pueblos mineros: el agotamiento de sus minas.  

El Triunfo

Cuando la Vieja California apenas tenía un puñado de habitantes enérgicos, El Triunfo alojó hasta diez mil almas durante el boom minero. Lo que queda de sus casas y de sus edificios civiles muestra algo del pasado esplendor de sus habitantes. Al mismo tiempo que la memoria del viejo pueblo revive y magnifica el empleo, los sueldos, las instalaciones de fabricación, los talleres, el humo, el movimiento, la música y el fandango, en una vertiginosa sucesión de recuerdos que contrastan con un presente tan fantasmal como el espectro de los grandes hombres de el pueblo que holgazanea por las cercanías del sitio donde se esconde -así se dice- la enorme riqueza acumulada durante los años de magnificencia. En las proximidades de los edificios civiles que obstinadamente mantienen en pie y en las grandes casas de vestal que asoman sus ladrillos detrás del cemento, una enorme chimenea diseñada por un arquitecto europeo de esa época muestra su verticalidad constructiva y fortaleza construida para resistir terremotos, vientos huracanados y incluso el inexorable pico del tiempo. Ahí está.

 

Museo de la Música

Los escasos pobladores de El Triunfo usan este nombre como una palabra derrotista, como un comodín en el juego de cartas regional de la ¨malilla¨. Mientras esperan el descubrimiento de nuevas minas de plata y oro que volverán a tocar (en salones de ladrillo rojo reconstruidos y sobre parquet brillante) música de polka, schottische y valses vieneses, con sobrio orgullo de burguesías arruinadas ofrecen a sus viajeros sus pitajayas, sweetsop. , quesos y artesanías de palma, legado cultural de Samuel Hayward, un chileno de ascendencia inglesa que llegaría al pueblo en 1918. El Triunfo, sin embargo, se niega a vivir de sus historias de fantasmas y de glorias pasadas fundadas en el espejismo de preciosos metales: sus habitantes embellecen, como pueden, la fachada más visible de los edificios y reconstruyen los valiosos. En uno de ellos han inaugurado un singular Museo de la Música que es muy apreciado por sus visitantes… y por la gente de El Triunfo. Mientras el progreso llega montado en la globalización, los habitantes de El Triunfo no se “cruzan” con sus fantasmas ni se duermen en los laureles de pasadas grandezas: trabajan para sobrevivir, pero disfrutan del zumbido del mediodía de la cigarra de verano y durante la siempre tranquila la noche, de los cencerros opacos y del canto del gallo insomne ​​en su pedestal.

 

Autor: M. A. Gallardo